Título: FRANKENSTEIN, de Mary Shelley.
Editada por: AHORA Ediciones de Bibliofilia en el año 2.006.
Edición bilingüe: Español-Inglés.
Prólogos de: Félix Duque y Manuel Barrios.
Textos: Mary Shelley.
Páginas: 182
Estuche Medidas: 44 x 32 x 5,5 cms.
Diseño: Pedro Manzano
Con 27 grabados de Santiago Ydáñez, firmados a mano con lápiz por el artista y numeradas por el editor.
Técnica: Serigrafía.
Edición: 295 ejemplares + 60 ejemplares en números romanos del I al LXX
6 ejemplares para deposito legal, 12 ejemplares de A a L para colaboradores.
Ejemplar: LXV.
Obras incluidas en este libro de grabados:
1.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
2.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
3.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
4.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
5.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
6.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
7.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
8.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
9.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
10.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
11.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
12.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
13.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
14.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
15.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
16.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
17.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
18.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
19.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
20.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
21.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
22.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
23.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
24.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
25.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
26.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
27.- Frankenstein, Serigrafía de 43 x 31 cms.
Un camino solitario: Frankenstein de Mary Shelley
Frankenstein o el moderno Prometeo, la obra que escribió Mary Wollstonercraft Shelley durante una estancia en Suiza, junto al lago Leman, en el verano de 1816 gracias a que el tiempo era desapacible y se vio obligada a pasar largas horas en el interior de la casa que había alquilado, es uno de los libros de fama universal que ha suscitado mayor número de interpretaciones. Frankenstein ha dejado de ser un personaje para convertirse en un símbolo del optimismo científico, de la animación de la materia que convierte en Dios a los seres humanos. Pero, por encima de todo, se trata de una obra literaria que, tantos años después, sigue teniendo la vigencia de los clásicos. Y sigue despertando el interés de los nuevos lectores, que se emocionan con sus páginas.
Incluso la poesía que se incluye en esta obra, y que debió contar con el visto bueno del mismísimo Lord Byron, testigo de la concepción de la novela, produce vértigo, un temor y un temblor que cala en los huesos:
Como el que, en camino solitario
anda temeroso y asustado;
y habiendo mirado atrás una vez,
no vuelve ya la cabeza,
porque sabe que un espantoso demonio
avanza cerca de él.
Santiago Ydáñez, pese a su juventud (Jaén, 1967), es uno de los mejores artistas españoles del momento, como queda demostrado con los numerosos premios que, desde principios de los noventa, ha obtenido. Su obra se caracteriza por fuerte expresividad. Suele plasmar gestos, rostros que parecen sacados de ultratumba, en los que aún permanece un hálito de vida, un reproche grosero y provocador a quienes los contemplan.
Ángel Pina vuelve a incorporar a la nómina de su editorial grandes nombres, como el de Santiago Ydáñez, quien, con los prólogos del escritor y filósofo madrileño Félix Duque, por una parte, y también del filósofo sevillano Manuel Barrios, nos lega un total de 27 serigrafías, de gran expresividad, para su inquietante y conmovedor Frankenstein de Mary Shelley.
Ángel Pina se conforma –y así lo suele manifestar con frecuencia– con amortizar cada dos años sus ediciones. “Pero lo primero que les digo a los pintores –apostilla– es que si piensan que van a ganar dinero con los libros, mejor que se dediquen a vender cuadros. Este es otro mundo. Otra historia. Pero te concede muchísimas compensaciones. Es un lujo mirar a los ojos del autor cuando le entregas el libro ya terminado”. La aventura -tan romántica- continúa.
José Belmonte Serrano
Universidad de Murcia
Fragmentos del catálogo LIBROS CON ARTE
Comunidad Autónoma de Murcia (Marzo 2007)
Repetición del sin sentido, o más exactamente: repetición de lo insensato, que genera todo sentido ulterior. Generación de ojos sin vida, pero que alientan –por ahora- la vida de quien los mira, a la vez que avisan –sin remedio- de la muerte del contemplador, y de quien no quiso ser contemplado a fuerza de transferencias de su propia mirada: a fuerza de enajenarse de sí mismo.
Mas al final, presiento que en vano han sido mis vueltas y revueltas (no del todo, quizá, si es que han permitido avizorar el vano). Así que habré de cortar este irritante nudo gordiano y proferir (sin gran convencimiento): sé que son ojos. No lo sé –pace Machado- porque me vean, ni porque yo los vea (¿de verdad pueden verse los ojos, y menos los míos?). Lo sé porque me pierdo en ellos, porque en ellos pierdo la –poca- confianza que antes tenía en mí, que en mi “yo” tenía (bien empleado me estaba: ¿cómo se va a confiar en un pronombre, cuando no sé siquiera el nombre propio?; digo: el propio de verdad, no el decretado por padres o costumbre). Creo que eso es lo que también quería el alter ego, ese “yo” de un pintor a quien llaman “Ydáñez”, y del que dicen originó el proceso serigráfico. Quizá quería borrarse, dejado de sí mismo, para dejar ser la sola imagen. La imagen de unos ojos, sin nada por detrás (o por mejor decir: con Nada por detrás: la nada que vacía de sustancia un cuerpo hecho a retales, como avergonzado de estar vivo, mas pujante de anhelos). ...
Félix Duque
"Falkenstein". Fragmentos del prólogo para el libro "Frankenstein"
De ese vano emerge, empero, tras el relato de Mary Shelley, tras la disputa entre un poder titánico y sus engendros –con el correr del tiempo, verdadero modelador de los hombres– una figura imprecisa, no victoriosa, simplemente superviviente, para plasmar a la vez rostro humano y monstruoso. ¿Acaso son tan distintos? ¿No se funden en esos trazos vigorosos, en esas manchas blancas que atraviesan nuestros rasgos y estancias? ¿Existe algo así como el color blanco desasosiego para mostrarlos en su pura, desnuda afinidad? Santiago Ydáñez, autor de las espléndidas serigrafías que acompañan a esta edición de Frankenstein o el moderno Prometeo, parece haberlo conjurado para hacer sitio al vértigo y la angustia experimentados por esa criatura sin creador, huérfana de dioses y de sentido, que tanto nos recuerda a nosotros. Este arte desmiente la soberbia prometeica de una razón tecnoinstrumental, que se arroga la capacidad de dar medida de lo humano, representarse con nitidez sus contornos y planificar con garantías una enmienda de su ser. En las obras de un contemporáneo de Mary Shelley, el pintor Caspar David Friedrich, es la inmensidad de unos paisajes que escapan de los límites del cuadro y de la mirada convencional lo que protesta contra tal cerrazón. En la pintura de Santiago Ydáñez, lo que brota es aquello que no puede ser contenido por la forja neohumanista de lo humano: facciones que atraviesan boca, ojos, mejillas, nariz o frente y que no se dejan encerrar dentro del consabido marco. Su desmesura, con todo, es humilde: responde sin más a ese inacabamiento que nos es constitutivo. ...
Manuel Barrios
"La mirada de unos ojos aguanosos". Fragmentos del prólogo para el libro "Frankenstein"
Nací en Ginebra, y mi familia es una de las más distinguidas de dicha república. Mis antepasados han sido miembros del consejo y síndicos desde hace muchos años, y mi padre ha desempeñado varios cargos públicos con honra y buena fama. Todos los que lo conocían lo respetaban por su integridad y su atención infatigable a los asuntos públicos. Dedicó toda su juventud a los asuntos de su patria, y sólo cuando llegó al otoño de su vida pensó en casarse para dar al Estado hijos que pudieran transmitir a la posteridad sus virtudes y su nombre.
No puedo dejar de relatar las circunstancias de su matrimonio, que ponen de relieve su carácter. Uno de sus amigos mas íntimos era un comerciante al que, tras haberse hallado en situación floreciente, múltiples infortunios llevaron a la pobreza. Este hombre, apellidado Beaufort, era orgulloso y terco, y no soportaba vivir en la pobreza y el olvido en el mismo país donde antes se había distinguido por su categoría y opulencia. Por tanto, habiendo saldado sus deudas con toda honradez, se retiró con su hija a la ciudad de Lucerna, donde vivió oculto y en la miseria. Mi padre sentía una viva amistad por Beaufort, y la retirada de este en circunstancias tan desventuradas le produjo un hondo dolor. También le dolía haber perdido su compañía, y resolvió buscarlo e intentar convencerlo de que emprendiera una nueva vida, apoyándose en el crédito y la ayuda de mi padre.
Beaufort había tomado medidas eficaces para ocultarse, y mi padre no descubrió dónde vivía hasta diez meses más tarde. Regocijado por haberlo encontrado, corrió a la casa, que estaba en una calle ruin, cerca del Reuss. Pero cuando entró en ella, solo salieron a recibirlo la desgracia y la desesperación. Beaufort únicamente había salvado de la ruina una cantidad de dinero muy exigua, aunque suficiente para su sustento durante unos meses, y confiaba en encontrar durante ese plazo algún empleo respetable en casa de un comerciante. En consecuencia, pasó aquel tiempo sumido en la inactividad; las reflexiones a que le daba lugar el tiempo libre solo sirvieron para agudizarle y agravarle el dolor, que acabó por apoderarse de su mente, de tal modo que al cabo de tres meses estaba enfermo, postrado en el lecho e incapaz de hacer esfuerzo alguno.
Su hija lo cuidaba con la mayor ternura, pero veía con desesperación que su exiguo caudal disminuía rápidamente, sin que tuvieran ningún otro medio de subsistencia a su alcance. Pero Caroline Beaufort poseía una voluntad de temple extraordinario, y su valor la sacó adelante en su adversidad. Buscó labor de costura, trabajó de trenzadora de paja y se las arregló por varios medios para ganar una miseria que apenas les bastaba para sobrevivir.
Pasaron así varios meses. Su padre empeoró; ella tuvo que dedicar más tiempo a cuidar de él, con lo que se redujeron sus medios de subsistencia; y en el décimo mes su padre murió en sus brazos, dejándola huérfana e indigente. Abrumada por este último golpe, se arrodilló junto al ataúd de Beaufort, y así, llorando amargamente, se la encontró mi padre cuando entró en la estancia. Se presentó como un espíritu protector ante la pobre muchacha, de la que se hizo cargo, y después de haber enterrado a su amigo llevó a su hija a Ginebra, donde la dejó recogida en casa de un pariente suyo. Dos años más tarde, Caroline se convirtió en su esposa. ...
Mary Shelley
Fragmentos del libro "Frankenstein"
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